jueves, 27 de octubre de 2011

Vikingos en España

De nuevo publico una larga parrafada, esta vez dedicada a los intentos de invasión y saqueo de los vikingos en España. Todo está extraído de libros de Sánchez Albornoz y del arabista Dozy, la mayoría de lo que sabemos sobre el asunto hoy día se lo debemos básicamente a ellos. A disfrutarlo.

Los musulmanes conocían a los normandos con el nombre de mayus (magos o paganos). En la primera mitad del siglo IX las empresas piráticas de los normandos adquirieron un radio, un volumen, un éxito, una profundidad y una frecuencia extraordinaria. Año a año desembarcaban en las costas de los países atlánticos de Europa; por los rios y también por sendas y caminos, entraban muchas millas tierra adentro; asaltaban ciudades, fortalezas, pueblos y monasterios; con flechas incendiarias, arrojadas a las techumbres de madera, incendiaban templos y burgos; hacían prisioneros a obispos, abades y magnates.

Exigían rescates cuantiosos por liberar cautivos; imponían verdaderos tributos a las poblaciones, los claustros y los reinos para eximirlos de sus depredaciones; robaban, incendiaban, mataban; no respetaban ni a los ancianos, ni a las mujeres, ni a los niños. Colgaban a sus víctimas en los poblados y en los campos, a veces los sacrificaban por docenas y docenas para aterrorizar al adversario. Ante ellos huían los habitantes de las aldeas, se vaciaban los burgos, los monjes escapaban llevando consigo sus reliquias, los guerreros se sentían paralizados por el miedo, sucumbían las ciudades amuralladas y acababan capitulando reyes y emperadores.

El año 843 habían aparecido por la desembocadura del Loire y habían llegado a saquear Nantes, y remontando el curso del Garona habían incluso llegado hasta Toulouse. En las Galias, naturalmente, no era ignorada la existencia al sur del Pirineo de un extenso país en que luchaban cristianos e islamitas. Se sabía que la mayor parte de Hispania estaba regida por unos poderosos soberanos sarracenos, cuyos ejércitos aparecían a veces por las fronteras meridionales del imperio franco y que a veces enviaban embajadores a los reyes de las tierras por los normandos combatidas.

Los piratas escandinavos conocerían pronto la existencia y las riquezas de aquellas tierras del lejano sur. Sobre todo les llegarían ecos frecuentes de tales comarcas durante su avance por el Garona arriba, desde Burdeos hasta Toulouse, en zona vecina y en frecuente contacto con España. Su espíritu de aventura les había empujado cada año mas lejos en busca de nuevos países todavía vírgenes a sus depredaciones. Después de su campaña del 843 hasta las vecindades de los Pirineos, llegó a los feroces y codiciosos navegantes nórdicos la hora propicia de enfilar hacia España las proas de sus naves.

No hacía dos años que había muerto el septuagenario rey de Asturias, Alfonso II el Casto, tras reinar mas de medio siglo resistiendo y a veces devolviendo los terribles ataques de los tres emires de Córdoba, sus contemporáneos. Su sucesor Ramiro, después de su victoria sobre Nepociano y de su solemne ordinatio, tendría acaso frescas aún en las sienes las huellas de la corona que había recibido y todavía húmeda la espalda del óleo del santo con que había sido ungido, cuando le llegaría la noticia de que habían desembarcado en el país, unos incógnitos navegantes llegados desde los mares de Aquitania, crueles salteadores de occidente y todavía paganos.

Al avanzar frente a las costas cantábricas de España, tal vez habían sorprendido a los normandos las blancas cumbres de los Picos de Europa, visibles desde muchas millas de distancia. De pronto se hallarían frente al cabo de Peñas, que avanza en el mar profundamente. Al pie del cerro de Santa Catalina se alzaba la antigua Gegio desde no sabemos cuando, y junto a ella se abría una ensenada. Un puerto brindaba siempre a los normandos la esperanza de hallar un rio caudaloso que les permitiera tropezar con grandes y ricas ciudades, rara vez edificadas junto al mar.

Pero entonces no pudieron encontrar lo que buscaban de ordinario, porque ninguna importante via fluvial terminaba en Gijón. Por lo reducido de sus centros urbanos, por lo quebrado de su suelo y por lo fiero de sus gentes, Asturias era, además, pésimo escenario para campo de acción de los normandos. Y aunque, tras tomar tierra en Gijón el 1 de Agosto del 844, cometieran depredaciones, que ignoramos pero que cabe imaginar, quizás levaron anclas pronto, sin iniciar ningún hecho de armas de consideración.

Autoriza a suponerla el silencio de las crónicas que refieren en cambio la lucha en La Coruña. Al avanzar hacia occidente los normandos tropezaron con el Portus Magnus Artabrorum, es decir, con la gran via que penetra hasta Betanzos. Debió de atraer particularmente su atención el gran faro que desde una colina rocosa dominaba el puerto. Acaso confiaron en que tan recia torre fuese la avanzada de una importante población y allí tomaron pié. Pero volvieron a engañarse. Cerca del faro no encontraron ninguna rica urbe. En la península donde se eleva todavía la magnífica silueta de la Torre de Hércules, solo hallaron una pequeña aldea celta, Clunia, hoy Coruña –homónima de la gran ciudad vaccea del valle del Duero-, hoy Coruña del Conde.

Una aldea tan pequeña que el faro había recibido el nombre de la ciudad no lejana de Brigantium, la cual por haberse organizado como municipio reinando Vespasiano o alguno de sus hijos, conforme hicieron otras muchas civitates hispanas que debieron a los Flavios el mismo preciado privilegio, había adoptado el adulatorio título de Flavium. Pero ni en la pequeña Clunia, vecina de la Torre de Hércules, ni en la mas importante Brigantium (Betanzos), ni en los alrededores inmediatos pudieron hacer los normandos gran cosecha de despojos, porque tampoco aquella zona de Galicia poseía probablemente a la sazón grandes riquezas.

Alertado el rey Ramiro por el primer desembarco pirático en Asturias, debió de prevenir a los condes que rigieran las mandaciones o commissa de la costa para que estuvieran prestos a la lucha. Y junto al Farum Brecantium, como dice el rey cronista, o lo que es igual en las cercanías de La Coruña de hoy, las huestes reales, no es seguro que a las órdenes del mismo Ramiro, vencieron a los normandos y les forzaron a embarcarse. En la lucha cayeron muchos hombres y fueron quemadas algunas naves.


Sabemos que llegaron a Medina Lisbuna (Lisboa), el 20 de Agosto, un grupo de 53 naves y otras tantas embarcaciones pequeñas. Durante 13 días permanecieron los normandos en el estuario del Tajo. Tres veces pelearon con los lisboetas, pero no sabemos que lograran conquistar la ciudad. El gobernador de Lisboa puso sobre aviso al Emir, con lo que desde Córdoba se puso en estado de alerta a los gobernadores de todas las zonas costeras atlánticas y a los Banu Qasi liderados por el caudillo Musá. El aviso también llegó al gobernador de Isbilía (Sevilla), pero prácticamente no se tomaron medidas para conjurar el peligro, dado que los 100 kms que la separan del mar daban una engañosa sensación de seguridad, y que no disponía de fuerzas importantes para movilizar.

Una parte de su escuadra costeó la qura o provincia de Medina Sidonia y se adueñó de Cádiz. La excelente situación de la plaza ganada, permite sospechar que, como en el norte, procuraron ahora asegurarse una inexpugnable base de operaciones. Tomaron por asalto Rabita Ruta (Rota), Chipiona y Sant Luqar (Sanlucar), pero el grueso de la flota remontó el Guadalquivir, entrando a continuación por la desembocadura del río. El 29 de Septiembre cuando llegaron a la Isla Menor (Al Yazirat Qabtil, la antigua Captel) y la Isla Mayor (Al Yazirat Ragel) hicieron un alto, apoderándose de los caballos y del numeroso ganado que pacían en ellas, y saqueando profusamente todas las poblaciones de las cercanías. Cayeron también en sus manos las yeguadas de Al Madani (La Marisma), con lo que formaron numerosas bandas a caballo que llevaron aún mas lejos las correrías y los saqueos de estos temibles hombres del norte.

Hecho esto, continuaron río arriba, donde encontraron el primer obstáculo a su avance en la población fortificada de Qawra al Wadi (Coria del río), de la que se apoderaron en un sangriento asalto. Desde allí se dividieron en numerosas bandas que saquearon todas las tierras de los alrededores, sobre todo del Aljarafe. La única resistencia que no lograron vencer fue la que protagonizó la fortaleza de Aznalfarache (Hizn al Farash-Fortaleza de la altura), bien defendida y con una posición estratégica muy fuerte, fracasando los asaltos que los vikingos lanzaron contra ella.

Finalmente, optaron por dejar a un lado Aznalfarache y siguieron el curso del río, desembarcando en el arrabal de los alfareros y dirigiéndose contra Sevilla el 2 de Noviembre. Allí les salió al paso el gobernador de la Cora con las milicias de la ciudad, pero los vikingos las derrotaron con su arrollador empuje y los persiguieron hasta las puertas de las murallas, que tenían unas condiciones de conservación bastante precarias, por lo que los vikingos las escalaron fácilmente, entrando en la ciudad a sangre y fuego.

Mataron a cuantos sevillanos no escaparon a tiempo, incendiaron la mezquita donde se habían refugiado los ancianos y los enfermos y cautivaron a las mujeres y los niños. Saquearon la ciudad a su placer durante siete días, depositaron en Captel los prisioneros y las riquezas y montando que encontraron en la Isla emprendieron correrías devastadoras hacia el norte y el oeste de Sevilla, desierta desde que sus habitantes “habían bebido la copa de la muerte” como escribió un cronista hispano-árabe.

El gobernador y muchos de sus pobladores consiguieron huir hacia Carmona, y los vikingos se posesionaron de Isbilía, convertida en una ciudad fantasma. Una vez dueños de la ciudad, los vikingos aumentaron enormemente el radio de sus correrías a pie y a caballo, mientras algunas de sus naves emprendían el avance río arriba en dirección a Al Cala al Wadi (Alcalá del Río) y a Córdoba. Musá escuchó la órden del emir y llegó a Andalucía al frente de una hueste poderosa. Temeroso quizás de una traición, en Carmona estableció su campamento aparte y separado del que ocupaban los visires. Musá preguntó a éstos por los movimientos de la tropa enemiga y de ellos supo que todos los días salían destacamentos de normandos con rumbos diferentes, hacia Firiz, hacia Lecant y hacia las partes de Córdoba y Morón.

El bravo muladí preparó en seguida una celada a los mayuses en las inmediaciones de Sevilla. A medianoche se emboscó con su gente en la Alquería de Quintos de Muafir, al sur de la ciudad; colocó un vigía en una antigua iglesia y esperó el paso de las fuerzas invasoras. Con la aurora salieron de Sevilla varios miles de piratas, aparecieron frente a Quintos, el vigía anunció su presencia con la señal fijada. Musá les dejó internarse camino de Morón y, cuando marchaban descuidados, cayó sobre ellos por la espalda y los pasó a degüello.

Hasta que, finalmente se produjo la reacción del ejército del Emir y cuatro cuerpos de tropa, llegados desde Córdoba, cada uno de ellos con su general al mando, marcharon hacia Isbilía. El siguiente choque tuvo lugar dentro de la propia Isbilía, quedando indeciso. Finalmente, el ejército andalusí, cuyo mando único había sido puesto en manos del general Mamad ben Rustum, y habiendo recibido refuerzos de un nutrido cuerpo de caballería ligera mandado por el eunuco Nasr, avanzó hacia la llanura de Talyala (Tablada) el día 11 de Noviembre, a orillas del río, donde estaba acampado el grueso del ejército vikingo y de sus naves.

Allí se libró la batalla, que fue muy encarnizada y se mantuvo indecisa hasta que Mamad ben Rustum y el eunuco Nasr avanzaron con su caballería entre los vikingos y sus barcos, desorganizándolos por completo y poniéndolos en desordenada fuga. Simultáneamente entraron en acción las tropas de la guarnición de Aznalfarache, que habían sido reforzadas, y que hostigaron con proyectiles lanzados con almajaneques-especie de trabuco (trebuchet) pequeño- y oleadas de flechas incendiarias a los barcos vikingos que se retiraban.

1500 vikingos perecieron en esta decisiva batalla, dejando en cautiverio 400 (los enfurecidos islamitas los ahorcaron en Sevilla y en las palmeras de Tablada) resultando incendiadas 30 de sus naves y capturadas 4. El resto del ejército se retiró río abajo, sin que la derrota sufrida mermara su feroz agresividad, y gran parte de sus efectivos continuaron saqueando el Aljarafe, perseguidos por las tropas cordobesas.

El éxito de Musá fue el comienzo de esta gran victoria de Tablada; los visires y los sevillanos todos entraron de nuevo en la ciudad; los normandos huyeron en sus naves rio arriba hasta el castillo de Al-Zawak, para buscar a los destacamentos que el mismo día habían marchado hacia tierra de Córdoba; los hallaron y, navegando aguas abajo del Guadalquivir, trataron de ganar su desembocadura. Una importante banda de vikingos cruzó el Wadi Ammar (Guadiamar) y llegó hasta la ciudad de Taljata (Tejada la vieja), donde fueron alcanzados y aniquilados por las fuerzas andalusíes.

Finalmente, el grueso de las fuerzas vikingas supervivientes se concentró en las islas de Al Madani (Qabtil y Ragel), mientras que las tropas andalusíes trataban de obstaculizar sus movimientos río arriba o río abajo tomando posiciones a lo largo de las riberas. Entretanto, en Córdoba, se botaron cuatro naves de guerra, que avanzaron Guadalquivir abajo, poniendo en una situación muy difícil a los barcos vikingos que navegaban entre Córdoba y Sevilla, que habían quedado aislados del resto de su flota tras la batalla de Tablada.

Llegadas las cosas a este punto, se entablaron negociaciones y se acordó permitir el paso río abajo para estas naves a cambio de que los vikingos liberaran a los prisioneros que tenían en Ragel o Captel. Los sevillanos, ahora confiados en el triunfo, les cortaron el paso. Pero los normandos tenían con ellos multitud de cautivos y exigieron vía libre bajo promesa de rescate; los andaluces se allanaron a darla para salvar a sus hermanos prisioneros; los mayuses recibieron por ellos ropas y provisiones-no aceptarían oro y plata porque harto habían robado en sus depredaciones- y acordaron retirarse de allí. Los vikingos evacuaron Cádiz y después de haber intentado desembarcar en Niebla y en el Algarbe abandonaron definitivamente las costas españolas.

Los pocos vikingos que sorprendidos en sus diarias razias terrestres no pudieron huir, se les buscó poblaciones donde asentarlos (previa conversión al islamismo). Muchos de estos vikingos destacaron en la fabricación de quesos, siendo su poblaciones famosas en la comarca por su artesana habilidad, aprovisionando a Sevilla de excelentes quesos. En 856 los normandos habían quemado París y tomado Orleáns, en 857 habían saqueado Tours y Blois y en 858, Bayeux y Chartres.

En Julio de 858 vuelven los vikingos normandos a las costas peninsulares, sorpresivamente consiguen capturar en una incursión a García Iñiguez de Navarra, que tendrá que pagar por su liberación un fuerte rescate (70.000 monedas de oro), que habrá de reunir por si solo con muchas dificultades, pues su aliado Musá (caudillo de los Banu Qasi) se niega a ayudarle en el pago del rescate, recordándole lo ocurrido en el 850, cuando él tuvo que hacer frente solo y sin la ayuda de García Iñiguez a aquella difícil coyuntura (donde las dan las toman). Existen indicios de que uno de los cabecillas vikingos implicado en las incursiones del año 858 pudo ser Björn Costado de Hierro, uno de los hijos del legendario Ragnar Calzas Peludas, sobre el cual se compuso una conocida saga islandesa.

Después de su desembarco en Vasconia, los vikingos atacaron Galicia. Pero allí hubieron de vérselas de nuevo con la fiera defensa de los condes y las milicias locales, que derrotaron a los invasores junto al Farum Brecamtium (Brigantium-Betanzos). Fueron rechazados por un conde llamado Pedro. El Seudo Albeldense nos ha transmitido los dos pormenores. López Ferreiro supuso que los vikingos habían tenido conocimiento de la importancia del sepulcro apostólico como lugar de peregrinaciones, por los embajadores que Abd al-Rahman II les había enviado poco antes.

Embajadores que habían visitado Compostela. Y afirmó que, guiados por el intento de robar las riquezas del templo del Apóstol, desembarcaron en Iria y amenazaban ya a Santiago cuando el conde Pedro, hacendado en la ria de Arosa, acudió con su ejército, los venció y quemó parte de sus naves. Pero el buen canónigo compostelano fantaseó a su placer. Es disculpable que López Ferreiro otorgara fe al fantástico relato de la fantástica embajada de Al-Gazal cerca de un rey normando y de la visita de aquél y del embajador vikingo a Compostela. Pero en ésta, apenas cuarenta años atrás se había iniciado muy obscuramente el culto al discípulo de Cristo. Ningún testimonio abona tampoco al pretendido asalto a Iria y la pretendida amenaza a la supuesta tumba apostólica.

Y ningún valor positivo tiene el indicio en que López Ferreiro basa su localización en la Ría de Arosa de la victoria decisiva de los gallegos sobre los normandos. De todos modos, tampoco debemos descartarlo por completo. La antigüedad del culto a Santiago es tema tabú por los estudiosos actuales, que no se ponen de acuerdo. Expulsados de Galicia es probable, aunque no sea seguro, que los normandos desembarcaran en Lisboa y cometieron allí sus violencias habituales. Quizás cautivaron entonces a Sadun al-Surunbaki, futuro compañero de armas de Abd al-Rahman ibn Marwan, “el Gallego”, años después aliado del rey Alfonso el Magno.

La escuadra del emir Muhammad vigilaba las costas de Al-Andalus. En el litoral de la qura de Beja-el Allentejo de hoy- logró apoderarse de dos barcos cargados de riquezas y de cautivos, que podemos considerar robados o apresados en Navarra, Galicia y Portugal. Mas el resto de la flota pirática continuó su avance hacia el Guadalquivir. Llegaron al sur con 67 naves. Los vikingos no pudieron remontar el curso del gran río como en la expedición de 844, gracias a la eficaz actuación de Lubb (hijo de Musá) que consiguió desbaratar a los normandos, saliéndoles al encuentro en la embocadura del Guadalquivir. Lograron quemar algunas naves normandas y los pusieron en fuga. Pero compensaron su fracaso con una serie de extraordinarias aventuras.

Asaltaron Algeciras, la saquearon, pasaron a sus habitantes por la espada y quemaron la mezquita principal. Los musulmanes pudieron capturar de nuevo otros dos barcos vikingos con mercancías cerca de Sidona. Entablaron una fiera batalla naval entre sus flotas, armadas con nafta, bajo el mando de los dos almirantes Ibn Shakkuh y Khashkhash, y los vikingos, que perdieron dos barcos por el fuego. A continuación los vikingos redoblaron su fervor y, rodeando el barco donde estaba Khashkhash, lo mataron. Algunos de ellos se dirigieron a la costa de al-Maghrib, donde atacaron Nakur y capturaron cierta cantidad de gente. Entre ella estaban Amatar-Rahman y Khanulah, hijas de Waqif b. Al-Mutasim b. Salih, a quienes el emir Muhammad rescató posteriormente.

Después regresaron a Andalucía, pero con rumbo a la costa oriental, hasta que llegaron a Tudmir y Orihuela, por tierra o por el rio Segura, o las dos cosas a la vez. Allí sembraron el pánico porque la gente no estaba preparada para su llegada. Tras varios combates se echaron a la mar y se dirigieron al norte hasta que llegaron al sur de la Galia, donde cogieron algunos cautivos y efectuaron varios saqueos, asolaron las Baleares, avanzaron hacia Francia, invernaron en la Camargue, robaron el país a su placer, continuaron sus depredaciones en Italia y algunos llegaron a amenazar Constantinopla. Perdieron en tan larga empresa 40 de sus naves y dos cayeron en poder de la flota andaluza delante de Sidonia. Mas con el resto lograron regresar hasta sus bases cargados de botín. Estas invasiones dieron ocasión al incremento de la marina andalusí, porque en cuanto los musulmanes construyeron barcos como los de los normandos, éstos ya no se atrevieron a nuevas incursiones en larguísimo tiempo.

Abd al-Rahman II tuvo relaciones diplomáticas con la corte normanda. Aún en el 905, los vikingos seguían acercándose a las costas cantábricas, lo cual motivó que, el por aquel entonces reinante Alfonso III, se viera obligado a construir en la costa asturiana un castillo para mejor defensa de la catedral ovetense. Asimismo los reyes cristianos se procuraron de fortificar sus costas, medida ésta que ayudó a terminar con las incursiones vikingas durante mucho tiempo.

Almería fue construída por an-Nasir en el 954 como puesto de observación, tal y como su nombre implica. Contaba con muchos puestos de guardia y una guarnición afincada. El almirante Abdu’r-Rahman b. Rumahis la tomó por base naval. Almería, junto con Pechina, era un puerto de llegada y salida. El mayor astillero de Andalucía estaba en Almería. Es agradable encontrar hoy en día en Almería una calle llamada Atarazanas (Daras-Sinaah), que es donde estaba el astillero. Abdu’r-Rahman II ordenó también, tras el primer ataque vikingo, que se construyeran astilleros en Sevilla dirigidos por trabajadores expertos que gozaban de un alto salario y estaban equipados con todo tipo de armas y nafta (una especie de lanzallamas). Por tanto, Sevilla era el gran centro de construcción naval de la costa occidental de Andalucía, mientras que Almería lo era de la costa oriental. También había otros en la mayoría de pueblos costeros como Alicante, Valencia, Algeciras y Almuñecar. La construcción naval en Andalucía alcanzó un nivel muy alto. Utilizaban madera de pino procedente de Tortosa, que era famosa por su gran calidad. El interés de los gobernadores andalusíes en proteger sus costas era muy grande. Ibn Hayyan, citando a Ibnu’l-Qutiyah, menciona que el emir Abdu’r-Rahman II construyó el muro de Sevilla para protegerla de posteriores ataques vikingos.

Ibn Hayyan, citando a Muawiyah Ash-Shabinsi, dice que Abdu’l-Malik b. Aviv escribió al mismo emir, cuando se encontraba ampliando la gran mezquita de Córdoba, diciéndole que la fortificación de Sevilla y la construcción de su muro era una tarea mas importante y esencial que la ampliación de la gran mezquita. El emir accedió a su petición. A mediados del siglo X vino a producirse otra oleada normanda en la península, la primera ocurrió en el 961 en Galicia, mas tarde de 966 en adelante hubo otra mucho mas importante que afectó a toda la península.

Vino a producir gran desconcierto una gran invasión de normandos en Galicia en el reinado de Ramiro III. Establecidos aquéllos en Normandía, el tratado de Saint Clair les aseguró la posesión del país, mas los primeros duques tuvieron que sostener frecuentes guerras con los reyes de Francia. Para estas luchas recibían con facilidad socorros de Dinamarca; pero el problema se presentaba para los duques cuando una vez terminada la guerra habían de deshacerse de sus auxiliares.

El duque Ricardo I Sin Miedo sostuvo una guerra contra el conde Teobaldo de Chartres, a quien apoyaba el rey Lotario de Francia. En ayuda de aquél envió el rey Haroldo de Dinamarca un ejército de normandos paganos que asolaron el país, cometiendo todo género de excesos y crueldades, y que en el momento de hacer Ricardo la paz sólo consintieron deponer su actitud a cambio de una gran suma y de que se les condujera a un país que pudieran conquistar, ocurriéndosele entonces al duque Ricardo la idea de enviarlos a España.

Se observa que posteriormente los vikingos no pudieron igualar el éxito obtenido con el primer ataque a Andalucía, del que los andalusíes aprendieron la lección pues construyeron suficientes flotas para proteger sus costas. Estas flotas patrullaban y vigilaban no sólo las aguas de las costas andaluzas, sino también mas allá, en la bahía de Vizcaya. En el 965 al-Hakam II ordenó a Ibn Futays que tuviera preparada una flota en el Guadalquivir y que construyera barcos a la manera de las veloces naves vikingas ya que estas tenían poca profundidad, manga estrecha, extremos acabados en punta y eran muy apropiadas para maniobrar con remos en calas y bahías. Al-Hakam II construyó una flota de seiscientos barcos.

Al salir de los puertos normandos se dividieron en varias bandas, dirigiéndose una de ellas a las costas occidentales de la España musulmana, donde desembarcaron, obteniendo una victoria sobre las tropas de Al-Hakam II, pero a la larga tuvieron que abandonar. A finales de junio del 966 llegó un mensaje desde Alcacer do Sal (Qasr Abi Danis), 94 kilómetros al sur de Lisboa, en que se decía que los vikingos habían llegado a Lisboa con 28 barcos y que se habían enfrentado con los musulmanes, produciéndose muchas bajas en los dos bandos. El califa ordenó a los jefes que defendiesen las costas y también ordenó a Abdu’r-Rahman b. Rumahis, almirante de una flota andalusí, que apresurase la salida de sus naves. Este ataque logró rechazar a los vikingos tras haber destruido algunos de sus barcos.

Parece que otro grupo marchó desde Normandía a las costas de Galicia, donde el obispo de Compostela, Sisenando, había empezado la fortificación de la ciudad en 966, año en que también, según Dozy, ocurrió un desastre a una armada normanda frente a San Martín de Mondoñedo.

La gran expedición de los normandos tuvo lugar en el 968, en que reunidas todas sus bandas componiendo una flota de cien naves, dirigida por vikingo Gunderedo, aprovechó las circunstancias porque el reino de León atravesaba para desembarcar en Galicia y saquear el país por espacio de año y medio sin encontrar ninguna resistencia seria, hasta que en el año 970 se dirigieron hacia Compostela y el obispo Sisenando salió a su encuentro.

Se dio una batalla en los campos de Fornelos, en la que las tropas cristianas sufrieron una gran derrota, perdiendo el obispo la vida en combate. Algunos autores como Almazán sostienen que esta trascendental incursión estuvo a punto de suponer la creación en tierras gallegas de una especie de Normandía hispánica. Sea como fuere, lo cierto es que en esta ocasión quedaron contundentes testimonios materiales de la furia vikinga debido a la destrucción, por parte de los nórdicos, de diversos monasterios galaicos como los de San Xoán de Coba (a orillas del rio Ulla), Santa Eulalia de Curtis o San Cibrán de Logo (a orillas de la ría de Arosa).

En el 970 concibieron el proyecto de abandonar Galicia para atacar de nuevo la España musulmana, y al retirarse fueron batidos repetidas veces. Quien primero se enfrentó con ellos fue el obispo Rudesindo, a quien se venera entre los santos con el nombre de San Rosendo, fue obispo de San Martín de Mondoñedo, cuya dignidad dejó para retirarse a un claustro, de donde fue sacado para entregarle la administración de la diócesis de Compostela que aceptó ante las súplicas del rey, con quien estaba emparentado, y de los magnates.

El rey lo nombró su lugarteniente en Galicia para que restableciera allí el orden y librara al país de los piratas que lo asolaban. Reunió un ejército y consiguió derrotarlos. Las tropas reales, mandadas por el conde Gonzalo Sánchez, atacaron también a los daneses, alcanzando sobre ellos una victoria decisiva, muriendo en la batalla el terrible Gunderedo. Los que se salvaron lograron reembarcarse con intención de atacar una vez mas las costas occidentales de la España musulmana, según el testimonio de Ibn Adarí, citado por el orientalista Dozy. En esta ocasión, los vikingos resultaron definitivamente derrotados, si bien es cierto que, pese a la derrota, los pocos vikingos que lograron escapar con vida llevaron aún a cabo otra incursión por el rio Duero a comienzos de julio del 971.

Entre junio-julio del 971 aparecieron de nuevo en la costa occidental andaluza. El califa ordenó a Abdu’r-Rahman b. Rumahis, almirante en aguas mediterráneas, que zarpase con la flota almeriense hacia Sevilla. Por otra parte, ordenó a todos los demás almirantes que se dirigiesen a la costa oeste para rechazar al enemigo, cosa que hicieron. Los vikingos, tanto en su viaje de salida como en el de regreso, atacaron Santiago de Compostela apoderándose de ella. Ibn Hayyan menciona que en el mismo año entraron en el rio Duero llegando a Santaver, pero se marcharon decepcionados. Parece que se refiere a la misma expedición en su apresurado camino de regreso. Es probable que el ataque a Santiago de Compostela tuviera lugar tras su marcha del rio Duero. El último ataque vikingo a Andalucía durante el periodo omeya se produjo a finales del 971. Atacaron la costa occidental de Andalucía. La flota andalusí pudo rechazarlos bajo el mando del almirante Ghalib b. Abdu’r-Rahman an-Nasiri. Es posible que tras asentarse de modo permanente en Normandía lanzasen sin mucho éxito una serie de ataques sobre Andalucía. No obstante, a partir de septiembre del 972 diversas fuentes árabes informan de que los vikingos han abandonado ya el proyecto de avanzar mas hacia el sur.

Mientras que los ataques vikingos perpetrados en la anterior oleada se concentraron sobre todo en torno a la zona de la ría de Arosa, en esta ocasión, las incursiones se concentran en un principio en torno a la zona del Miño. De la presencia vikinga en esta zona en el año 1008 nos dan testimonio algunos diplomas o crónicas menores. Así por ejemplo, en un diploma del 1008, un tal Archivaldo ofrece a Diego Donaniz determinados beneficios para que éste pague un rescate en el caso de que los vikingos le secuestrasen a él o a su mujer.

Sin embargo, el ataque mas importante de esta oleada de incursiones tuvo lugar en Tuy en el año 1015, donde los vikingos destruyeron la ciudad y se llevaron prisionero a don Alfonso y numerosos miembros del clero local. Parece ser que, en esta ocasión, la expedición de saqueo estuvo liderada por el conocido rey noruego Olao, que posteriormente sería conocido como San Olao. De las andanzas de este rey por tierras noroccidentales de la península nos deja buena constancia el historiador islandés Snorri Sturluson en su monumental obra Heimskringla, conretamente dentro de su saga sobre este rey. En la desembocadura del Miño, Tuy fue saqueada. El testimonio principal respecto a este punto es una carta de Alfonso V, fechada el 29 de Octubre de 1024, en la cual este rey hace donación de la diócesis de Tuy al obispo de Compostela. En ella se leen estas palabras:

En verdad, no mucho después, al crecer los pecados de los hombres, las costas fueron arrasadas por los normandos, y puesto que la sede de Tuy era la más alejada de todas, y además era muy pequeña, su obispo que allí residía, fue capturado por los enemigos, junto con todos los suyos.

A unos los asesinaron, a otros los vendieron, y la ciudad misma fue reducida a la nada y permaneció muchos años asolada y vacía. Tras lo cual (favorable la divina misericordia, que todo lo dispone con bondad y rige el universo), derrotamos muchas veces a los enemigos y los expulsamos de nuestra tierra con la ayuda de la divina gracia.

Durante mucho tiempo se trató con los obispos, condes y todos los magnates palatinos, reunidos en gran número, la provisión de algunas sedes episcopales, como manda la sentencia canónica. Viendo por otra parte la mencionada sede arrasada y fuera del orden episcopal, para remediarlo disponemos y proveemos que sea unida al Aula Apostólica de la que era provincia, y así como lo proveemos, lo concedemos.

En una saga vikinga se cuenta que tras expulsarlos Alfonso V de Galicia, llegaron hasta Karlsar (la bahía de Cádiz), Karlsar significa hombre grande, este nombre se lo pusieron los vikingos debido a la estatua de las columnas de Hércules que aún se hallaba allí. Esta costumbre de renombrar lugares era muy típica de los vikingos. Se dice que los habitantes de Karlsar son paganos e idólatras. Según el relato, Olao encontró allí dos monstruos que mató, un jabalí enorme y una sirena que los habitantes reverenciaban como dioses tutelares. Olao esperó un viento favorable para pasar el estrecho de Gibraltar. Todo el mundo ha oído hablar de las columnas de Hércules en Cádiz, pero aunque los autores clásicos las nombran a menudo, únicamente por los autores árabes, y por los Pseudo Turpín, es por quienes sabemos como debe entenderse esta expresión.

Los árabes conocían muy bien estas famosas columnas que existieron hasta el año 1145 y dieron de ellas descripciones muy detalladas. Eran muchos pilares redondos de piedra muy dura que se encontraban en el mar unos sobre otros. Cada uno de estos pilares tenía quince codos de circunferencia y diez de alto, y estaban unidos entre sí con hierro y plomo, midiendo el edificio entero sesenta y aún cien codos de altura, (los geógrafos difieren acerca de este punto).

Pero como no tenía puerta, no se podía entrar en él; encima había una estatua de bronce de seis codos de alto, que representaba un hombre con la barba larga, vestido con un cinturón y un manto dorado que le llegaba a media pierna. Con la mano izquierda oprimía los panes (sátiros) contra su pecho y en la derecha, extendida hacia el estrecho tenía una llave. Allí tras combatir Olao con los paganos, tuvo un sueño muy notable. Un hombre de un aspecto majestuoso y formidable se le presentó y le mandó que no continuase su viaje: Vuélvete a tu pais, le dijo, porque reinarás eternamente en Noruega. Olao creyó que este sueño significaba que reinarían en su patria él y sus descendientes. Obedeció, pues, el consejo recibido y se volvió. Lo que mas mueve a creer que hay aquí algún recuerdo confuso de la estatua, es que los autores árabes dan la misma interpretación a la mano extendida de la figura, diciendo que esa mano extendida significa, vuélvete al pais de donde has venido. Por lo demás se da poca importancia a esta observación y si se prefiere que sea un ángel el que se apareció a Olao, como lo parece dar a entender en su redacción Snorri Sturluson, no debemos oponernos a ello.

Isidoro de Beja escribió:

Muza vino a España pasando cerca de las columnas de Hércules: la estatua que estaba encima de estas columnas tenía “el brazo extendido” parecía indicar con el pulgar la entrada del puerto de Cádiz; la llave que tenía en la mano parecía pronosticar que en enemigo entraría en España o estar abriendo la puerta de este país.

En Isidoro se ve que la estatua tenía una llave en la mano y que la mayoría de los escritores árabes afirman lo mismo; sin embargo, el geógrafo citado por el Sr. Gayangos dice formalmente:

En la mano derecha tenía una porra. Algunos autores sostienen que era una llave, pero están en un error. Muchas veces hemos visto la estatua y nunca pudimos descubrir mas que una porra en el objeto de que se trata. Además personas enteramente fidedignas que vieron la estatua en el suelo me han asegurado que era un bastón corto de cerca de doce palmos, con dientes en el extemo como una almohaza.

Los Pseudo Turpín tampoco hablan de una llave (clavis), sino de una porra, clava (como la sota de bastos). No olvidemos que a Hércules se le representaba con una clava en la antigüedad. El pasaje de Cazwini, citado en el texto, prueba que estos autores tienen razón, no obstante que los otros tampoco están equivocados. Cazwini dice que en el año 400 de la Hégira (1009 ó 1010 de nuestra era) se cayó la llave que la estatua tenía y fue llevada al señor de Ceuta, se pesó y pesaba tres libras. Es cierto por tanto, que la estatua tuvo una llave en la mano hasta el 1009, y que cuando se cayó fue reemplazada por una porra. Circunstancia que puede servir también para fijar la época en que escribió el Pseudo Turpín, el cual, puesto que sólo conoció la porra, debió escribir mucho después del año 1010.

Efectivamente, multitud de razones, que fuera prolijo enumerar, inducen a creer que este autor no escribió a principios del siglo XI, como ordinariamente se ha pensado, sino hacia el 1100. El almirante Alí-Ibn-Isa-Ibn-Maimun, que se sublevó en Cádiz, hizo destruir las columnas de Hércules en el año 1145, y habiendo oído decir a los gaditanos que la estatua era de oro puro (tal era la opinión general en la Europa cristiana, como puede verse en el Pseudo Turpín) mandó bajarla al suelo. Pero cumplida su orden sufrió un gran desengaño, pues era de bronce, con sólo una ligera capa de oro. Así y todo, el oro valía doce mil dinares. El Sr. Reinaud. V.9 ha escrito (“Geografía de Abulfeda”), t. II, p.269:

En los alrededores de Cádiz sobre un montecillo existía un templo consagrado a Hércules o al menos a la divinidad fenicia correspondiente a aquel Dios. Una estatua colosal atraía desde lejos las miradas, etc...

El Sr. Reinaud ha confundido aquí las columnas de Hércules que estaban en el mar y no en una colina o al menos en la playa con el templo de Hércules, tampoco situado en un montecillo, sino en la isleta llamada Heracleum en otro tiempo y hoy Sancti Petri. La estatua de encima de las columnas nada tiene de común con el templo de Hércules y la imagen no es, seguramente, ni la de este dios ni la de ningún otro dios, pues el rasgo característico del culto del Hércules fenicio en Cádiz era, precisamente, la ausencia de toda estatua, como decía Silio Itálico.

Por último, en muchos lugares se encuentran torres semejantes. En España había una, cerca de Tarragona y otra cerca de la Coruña (Torre de Hércules), que parecen construídas por los fenicios y tenían por objeto, según la opinión muy plausible de los geógrafos árabes, servir de guía a los barcos que se aproximaban a las costas. Canonizado un año después de su muerte, Olao, llegó a ser el patrón de Noruega y muy pronto le dedicaron una multitud de iglesias, no sólo en el norte, sino también en las Islas Británicas, Holanda, Rusia y aún en Constantinopla. Era un santo de una especie singular: pirata desde la edad de doce años, había invadido ya Suecia, la isla de Oesel, Finlandia, Dinamarca y Holanda. Esta fue tal vez la última gran expedición vikinga a la península.

Posteriormente, en el 1028, tras un breve periodo de relativa tranquilidad, vuelven a producirse mas incursiones vikingas, esta vez, según nos informa la Knýtlinga saga o Saga de los descendientes del rey Canuto, de la mano de un tal Ulf, un conde danés que llegó a recibir el mote de el gallego por sus incursiones en Galicia y que se convirtió en un personaje tan popular en el mundo nórdico que incluso es mencionado por el historiador medieval danés Saxo Gramático en el libro XII de su importante Historia Danesa. En adelante, los vikingos siguieron haciendo correrías por la península y Baleares, con mas frecuencia, aunque con muchos menos hombres. De nuevo, fue Galicia la mas castigada. He aquí lo que dice Ibn-Hayyan sobre la toma de Barbastro (hoy Sobrarbe, entre Lérida y Zaragoza) por los vikingos en el 1064:

En el año 1064 el enemigo se apoderó de Barbastro, la fortaleza mas importante de la Barbitania, las dos columnas de la frontera superior; de Barbastro, venerable madre donde el islamismo había florecido desde las conquistas de Muza Ibn-Nosair; la que durante siglos había disfrutado de una prosperidad continua mientras otras ciudades se arruinaban.

La de fértil territorio y de fuertes murallas; la que edificada en las orillas del Vero era el baluarte de los habitantes de la frontera contra los ataques de los enemigos. La que estuvo 363 años en el poder de los musulmanes, y en la que echó mas profundas raíces la religión muslímica. Así, que cuando un mensajero de desdicha vino de improviso a Córdoba a principio del mes de Ramadhan del referido año (mediados de Agosto 1064) a participarnos la caída de esta ciudad, la noticia hirió nuestros oídos como un trueno, exasperó los corazones hasta el delirio, e hizo temblar toda la tierra de España de un extremo a otro. Desde entonces no se habló de otra cosa que de este triste acontecimiento, y todo el mundo creía ya que, dada la disposición de ánimo de príncipes y faquíes, la misma Córdoba correría bien pronto la misma suerte.

Refiramos ahora la terrible calamidad que asoló a Barbastro. El ejército de los normandos sitió largo tiempo esta ciudad y le dirigió vigorosos ataques. El príncipe Yusuf Ibn-Solaiman Ibn-Hud, a quien pertenecía, viéndola en tan grave riesgo, la abandonó a su suerte, y los habitantes se encontraron reducidos a sus propias fuerzas.

Hacía ya mas de 40 días que duraba el sitio y los sitiados comenzaron a disputarse los escasos víveres que poseían. Enterados los enemigos, redoblaron entonces sus esfuerzos y consiguieron apoderarse del arrabal.

Cerca de 5.000 caballeros entraron en él; los sitiados, entre quienes comenzaba a cundir el desaliento, se fortificaron entonces en la ciudad, y se trabó un encarnizado combate en que perecieron 500 cristianos. Pero el Todopoderoso quiso que una enorme y durísima piedra de un muro construido por los antiguos, cayese en un canal subterráneo, también de construcción antigua, que llevaba a la ciudad el agua del rio, y lo obstruyese enteramente.

Entonces los soldados de la guarnición, temerosos de morir ahogados de sed, ofrecieron entregarse, estipulando que conservarían sólo la vida y entregarían sus bienes y familia a los enemigos de Dios. Estos les concedieron lo que pedían; pero violaron su palabra, pues apenas salidos los soldados de la ciudad, los degollaron a todos, excepto al jefe Ibn-At-Tawil, al cadi Ibn-Isa y a un pequeño número de personas notables. El botín que los infieles cogieron en Barbastro fue inmenso. Cuéntase que a su general en jefe, comandante de la caballería de Roma, le cupieron en parte, cerca de 1.500 jóvenes y 500 cargas de muebles, ornamentos, vestidos y tapices, y también que en esta ocasión, 50.000 personas fueron muertas o reducidas a la esclavitud.

Los infieles se establecieron en Barbastro y allí se fortificaron. Un número incalculable de mujeres, cuando abandonaron la fortaleza en que se ahogaban de sed, se arrojaron al agua y bebieron inmoderadamente, cayendo muertas en el mismo instante. En general la calamidad que sobrevino a esta ciudad fue tal, que es necesario renunciar a describirla con todos sus horribles pormenores. Según me han referido, acontecía a menudo que alguna mujer rogaba a los infieles desde lo alto de las murallas, que le diese un poco de agua para ella o para su hijo, y entonces recibía esta respuesta: “dame lo que tienes, échame alguna cosa que me guste y te daré de beber”.

Ella obedeciendo arrojaba al soldado lo que tenía, vestidos, adornos o dinero y al mismo tiempo le tiraba un odre atado a una cuerda que el soldado le llenaba de agua, y de este modo podía la infeliz aplacar su propia sed o la de su hijo. Pero cuando el general en jefe se enteró de esto, prohibió a sus soldados dar agua a las mujeres de la fortaleza; “tened un poco de paciencia, les dijo, y pronto caerán los sitiados en vuestro poder”.

En efecto muy pronto estos se vieron obligados a entregarse para no morirse de sed, pero obtuvieron el amán. El jefe sin embargo sintió gran inquietud cuando vió lo numerosos que eran y, temiendo que por recobrar su libertad se entregasen a un acto de desesperación, ordenó a sus soldados que, espada en mano, aclarasen sus filas.

Muchos de ellos, cerca de 6.000, a lo que se dice, fueron muertos entonces. Luego el jefe hizo cesar el deguello y dio orden a los habitantes de la ciudad de salir con sus familias. Todos se apresuraron a obedecer, pero fue tal la muchedumbre que se agolpó a las puertas, que muchos ancianos, mujeres y niños quedaron ahogados.

Muchas personas por evitar toda demora y llegar lo mas pronto posible donde hubiese agua, se dejaron descolgar por medio de cuerdas de lo alto de las almenas de las murallas y cerca de setecientos (entre notables y bravos guerreros) prefiriendo morir de sed a ser degollados, se quedaron en la ciudad. Cuando los que escaparon a la espada y no murieron ahogados en el tropel se reunieron en la plaza, cerca de la fuente principal, donde esperaban su suerte con indecible ansiedad, se les hizo saber que todos los que poseyesen una casa tenían que entrar en la ciudad con su familia. Se empleó hasta la fuerza para obligarlos a ello, y al entrar de nuevo en la ciudad, sufrieron casi tanto como al salir pues el gentío fue también inmenso. Después, vueltos los habitantes a sus moradas con sus familias, los infieles, obedeciendo las órdenes de su jefe dividieron todo entre ellos, según las convenciones fijadas de antemano.

Cada caballero a quien tocaba una casa, recibía además todo lo que había dentro, mujeres, niños y dinero y podía hacer del dueño cuanto se le antojase: se apoderaba también de cuanto éste le enseñaba, obligándole con torturas de toda especie a no ocultarle cosa alguna. A veces los musulmanes morían en el martirio, lo que era realmente una dicha para ellos, porque el que sobrevivía tenía que experimentar dolores mucho mas graves aún, pues los infieles, por un refinamiento de la crueldad, se complacían en violar las hijas y mujeres de sus prisioneros ante sus mismos ojos.

Los desdichados se veían obligados a presenciar, cargados de cadenas estas escenas horribles, vertiendo abundantes lágrimas y sintiendo despedazarse su corazón. La suerte de las mujeres empleadas en los trabajos domésticos, no era mejor, pues los caballeros, cuando no las querían, las abandonaban a sus pajes y criados para que éstos dispusieran de ellas a su albedrío. Imposible es referir todo lo que los infieles hicieron en Barbastro. Tres días después de la toma de la ciudad fueron a cercar a los que se encontraban en la parte mas elevada de la ciudadela, quienes casi desconocidos por la sed, se rindieron después de haber obtenido el amán, siendo en efecto perdonados por los infieles.

Pero cuando abandonaron Barbastro para dirigirse a Monzón, la ciudad mas próxima de las que estaban en poder de los musulmanes, se encontraron con caballeros cristianos, que no habiendo asistido al sitio e ignorantes de que estos desdichados estaban en libertad, los degollaron a todos, a excepción de algunos que en número muy reducido consiguieron escaparse por la huida. Deplorable fue en verdad el fin de esta tropa; Dios lo había querido así.

Cuando el rey de los Rumíes se decidió a abandonar Barbastro, y volverse a su pais, eligió entre las jóvenes musulmanas, las casadas que se distinguían por su belleza, las doncellas y los muchachos mas graciosos, muchos miles de personas que llevó consigo para regalarlos a su soberano, dejando en Barbastro una guarnición de 1.500 caballeros y 2.000 peones. Antes de concluir este relato sobre el que deben meditar mucho los hombres de juicio, contaré una historia singular, ligada con el, que dará idea de lo que hemos creído deber omitir, y a los hombres inteligentes una noción precisa de las desgracias que también nosotros debemos temer. He aquí lo que me ha escrito uno de mis corresponsales de la frontera.

Después de la toma de Barbastro, un mercader judío vino a esta ciudad desgraciada para rescatar del cautiverio las hijas de un sujeto importante que escapó del deguello. Sabíase que estas damas habían tocado en el reparto a un conde de la guarnición. He aquí ahora lo que el judío me ha contado: “Llegado a Barbastro hice que me indicasen el domicilio de este conde y me dirigí a el. Me hice anunciar y lo encontré vestido con los mas preciosos trajes del antiguo dueño de la casa y sentado en el sofá que aquel ocupaba de ordinario. El sofá y toda la habitación se hallaba aún en el mismo estado en que quedó el día en que su dueño se vió precisado a abandonarla. Nada había cambiado ni en los muebles ni en el decorado.

Alrededor del conde y sirviéndole había muchas lindas muchachas con el cabello levantado. Saludándome, el conde me preguntó el motivo de mi visita: le informé de el y le dije que estaba autorizado para pagar una gruesa suma por el rescate de algunas de las jóvenes que allí se encontraban. Entonces se sonrió y me dijo en su lengua: Si vienes a eso vete enseguida: no quiero vender de las que están aquí; pero te haré ver las prisioneras que tengo en mi castillo y te enseñaré cuanto quieras.

No es mi ánimo, le respondí, entrar en vuestro castillo; me encuentro aquí perfectamente y se que, gracias a vuestra benévola protección, nada tengo que temer. Decidme cuanto quereis por algunas de las que están aquí; vereis como no escatimo el precio. ¿Qué tienes que ofrecerme?-Oro muy puro y telas preciosas y raras.-Me hablas de esas cosas como si yo no las tuviera.-Luego dirigiéndose a una de las criadas de que hablé,-Madja, dijo, (quería decir Bhadja, pero como era extranjero, estropeaba este nombre de esa manera) enséñale a este pícaro judío algo de lo que se encuentra en ese cofre.

La muchacha obedeciendo sacó del cofre talegos llenos de oro y de plata y una multitud de estuches y los colocó delante del cristiano, y eran en tanto número, que casi lo ocultaban a mi vista.-Acerca ahora uno de esos fardos,-añadió el conde, y la muchacha trajo tantas piezas de seda, de filadif y de brocados preciosos, que me quedé deslumbrado y estupefacto. Conocí bien que lo que yo tenía que ofrecer era nada en comparación con aquellas riquezas.-Tengo tantas cosas de esas, dijo entonces el conde, que no me cuido de ellas; pero aunque no las tuviese, y quisieran darme todo eso en cambio de mi querida, que es la que ves, no la cedería, te lo juro, porque es la hija del antiguo dueño de la casa, hombre muy considerado entre los suyos.

Por esta razón la he hecho mi manceba, sin contar además que es de peregrina hermosura y que espero que me dará hijos. Sus antepasados hicieron lo mismo con nuestras mujeres, cuando eran los dueños; la suerte ha cambiado y ahora nos toca a nosotros tomar la revancha (es muy posible que se refiera a las razias musulmanas en el sur de Francia antaño).-Luego indicando a otra joven algo mas alejada, continuó:-¿Ves esa mujer cuya belleza quita el sentido? Pues bien, era la cantadora de su padre, un libertino que, cuando se embriagaba, gustaba de escuchar sus cantares.

Luego, llamando a la muchacha, le dijo chapurreando el árabe (el conde no hablaba árabe sino cuando se dirigía a las jóvenes, con el judío hablaba el francés)-Toma tu laúd y cántale a nuestro huésped alguna de tus canciones. Ella tomó entonces su laúd y se sentó para templarlo, y yo veía rodar lágrimas por sus mejillas y que el cristiano las enjugaba furtivamente. Enseguida se puso a cantar versos que yo no comprendí, y que, por consiguiente, el cristiano comprendía menos aún.

Pero lo que me causó mas extrañeza fue que este no dejaba de beber mientras ella cantaba, y que manifestaba una gran alegría como si comprendiese las palabras del aire que la muchacha entonaba. Cuando acabó me levanté para irme persuadido de que no conseguiría mi objeto. Iba, pues, a ocuparme de mis negocios de comercio, pero mi asombro no conoció límites, cuando ví el inmenso número de mujeres y la enorme cantidad de riquezas que estaban en manos de esas gentes”.

Ibn-Hayyan refiere mas adelante la recuperación de Barbastro por Moctadir de Zaragoza, a quien su aliado Motadhid de Sevilla envió un refuerzo de 500 caballeros. El combate fue encarnizado por ambas partes, pero habiendo perdido los cristianos cerca de mil caballeros y cinco mil peones (de lo que puede deducirse que la guarnición normanda de Barbastro había sido reforzada por los españoles) los musulmanes quedaron por dueños, no siendo mas humanos que fueron los normandos. Pues excepto los niños y algunos jefes que se rescataron, pasaron a cuchillo a cuantos encontraron en la plaza. La noticia de este acontecimiento, del que los musulmanes se alegraron mucho, llegó a Córdoba a comienzos de Mayo del 1065.

El sitio y la toma de Barbastro por los normandos causó en Córdoba, como vimos, inmensa sensación, no solo por ser Barbastro una fortaleza de gran importancia, sino por ser los sitiadores de una nación mucho mas implacable que la española. Es muy posible que el líder vikingo en Barbastro fuera Guillermo “el de la nariz cortada”, vasallo del duque de Normandía que estuvo al servicio del Papa. Es sabido que grupos de normandos que iban “oficialmente” a las cruzadas, hicieron saqueos por España, no pudiendo evitar su naturaleza vikinga.

En el 1111, y según nos informa la medieval Historia Compostelana, aún hay constancia de la presencia de algunos mercenarios de origen nórdico en las filas de los partidarios del rey Alfonso de Aragón en sus luchas contra la reina Doña Urraca, pero fueron derrotados por el arzobispo Gelmírez y expulsados de tierras gallegas. A partir de este momento, apenas se puede hablar de presencia vikinga en España digna de consideración, entre otras cosas porque nos encontramos en una época en que los nórdicos ya han abrazado la fe cristiana y sus intereses aventureros se centran mas en participar en cruzadas o en ir de peregrinación.

Como podemos observar, las cruzadas sirvieron a los cristianos para librarse en buena medida de los asaltos normandos al occidente europeo. Pasando el “muerto” a su enemigo religioso: El Islam. Los últimos vikingos venían de las Islas Orcadas, aunque cristianos de nombre, eran paganos en la práctica. Según las crónicas de la época, sus últimos ataques a España se produjeron a mediados del siglo XII.

El historiador Juan G. Atienza, gran conocedor de la España mágica y heterodoxa, tiene un punto de vista particular sobre las correrías de los vikingos, leamos sus palabras:

Los normandos fueron la gran plaga de Galicia, lo mismo que de otros numerosos puntos de las costas peninsulares y de todo el Mediterráneo. La historia nos ha acostumbrado a juzgar a estos vikingos como hordas esencialmente salvajes que atacaban, destruían y asesinaban con el único fin de obtener un botín que llevarse a sus tierras del norte. Sin embargo, un simple repaso a los lugares que sufrieron más constantemente sus ataque y un juicio somero de su actuación, me llevan al convencimiento de que aquellas incursiones seculares no se explican únicamente por el ansia de saqueo salvaje e indiscriminado, sino por una tendencia clara a la ocupación, siquiera fuese momentáneamente y violenta, de enclaves en los que existió una tradición religiosa o determinados cultos ancestrales, procedentes de épocas muy anteriores a la implantación cristiana.

En las costas gallegas, las ansias normandas giraban siempre en torno al litoral lindante con el enclave compostelano, como en el País Vasco a las inmediaciones de los santuarios prehistóricos, o en Andalucía con la proximidad de Tartessos o de los enclaves de la ancestral cultura argárica. Aquellos ataques llegan a dar la impresión de una lucha contra las fuerzas del poder cristiano, en favor de una restauración violenta de los antiguos cultos, anteriores, incluso, a la conquista romana. La restauración de las Torres de Catoira puede dar una idea de la defensa a ultranza del mundo cristiano contra las constantes invasiones de los hombres del norte que, precisamente remontando el Ulla, podían aproximarse a Compostela.







miércoles, 26 de octubre de 2011

España y la guerra II

  
En uno de los libros de la obra del historiador Sánchez Albornoz (no recuerdo cual) había una larga parrafada sobre España y la guerra. Lo tenía copiado a mano desde tiempo inmemorial, incluso los papeles están amarillentos. Albornoz destacó no solo como historiador sino como prosista. Este extracto no tiene desperdicio es una auténtica delicia. No pude resistirme a publicarlo. Que lo disfruten.

GEOGRAFÍA FÍSICA Y SOCIAL: Hace 2.000 años Estrabón decía ya de la Península en su Geografía, II, 1, 1: “En su mayor extensión es poco habitable, pues casi toda se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre y desigualmente regado”. Es bien sabido que sólo alrededor del 40% del solar español es cultivable; el resto son tierras montañosas o esteparias. Los crudos inviernos y los abrasadores estíos de muchas regiones de España, lo desigual e incierto de sus lluvias, la escasa fertilidad de buena parte de su suelo, lo magro de sus cosechas habituales, que no podían compensar los raros años buenos, y la creciente acción de la ventosa señorial al correr de los siglos –no sólo por la historia sino por la geografía provocada, pues en las tierras pobres y secas surge fácilmente el señorío-, han endurecido y acerado a los labriegos españoles obligados a sufrir durante milenios inclemencias o desdichas.

Y los han movido a huir muchas veces de sus campos en busca de fortuna. ¡Rudos, violentos, crueles! ¿Cómo podían ser suaves y sensibles?, forzados a luchar con el cielo, con la tierra, con sus señores y con sus hermanos de desgracia, año tras año, generación tras generación, siglo tras siglo? A la menor vacilación y flojera, la miseria. Una brecha de holganza en la existencia mas que sobria de cada día y asimismo la miseria. Unos años malos, de heladas a destiempo, de sequías, de tronadas... y la miseria también. Dios inclemente, el señor inmisericordioso y la usura encadenando en seguida con sus grillos al pobre labriego de Castilla. Hasta forzarlo a romperlos con violencia, a huir de sus pagos y a buscar el pan lejos, en tierras más fértiles, en la ciudad, en la guerra o en la vida al margen de la ley.

¡Holgazanes, vagabundos, pícaros, bandoleros! Es fácil acusarlos, no es difícil su justificación. La infraestructura económica de España ha sido y es poco favorable para la fácil vida de los españoles. Hispania es un castillo roquero: “Por cualquier costa que se penetre en la península española –escribe Unamuno- empieza el terreno a mostrarse, al poco trecho, accidentado; se entra luego en el intrincamiento de valles, gargantas, hoces y encañadas, y se llega por fin, subiendo mas o menos, a la meseta central, cruzada por peladas sierras que forman las grandes cuencas de sus grandes rios”.

Sus palabras están confirmadas y aún ensombrecidas por la geografía. La tierra comienza a arrugarse antes de los veinte kilómetros de la orilla del mar y, de ordinario, en seguida se alzan altas serranías, rara vez accesibles y a las veces elevadísimas. Sólo es relativamente fácil el acceso a la península desde las costas atlánticas portuguesas, y ni siquiera desde ellas es cómoda la subida a la meseta. Ésta se halla muy lejos de ser llana. El perfil de cualquier corte vertical del suelo de Hispania es mas elocuente que cualquier descripción. Incluso la depresión del Ebro se halla estrangulada en las vecindades del Mar Mediterráneo. En su conjunto la Península es, aparte Suiza, la tierra mas alta de Europa. Un 24,31% del solar de España se halla entre los 1.000 y los 2.000 metros de altura y un 41,92% del mismo se eleva entre los 500 y los 1.000 metros sobre el nivel del mar. La tierra es poco fértil. Hay en ella un 10% de rocas peladas; un 35% de terrenos muy poco productivos por su excesiva altitud, su excesiva sequedad o su mala composición; un 45% de tierras medianamente laborables, escasas de agua o de composición no demasiado buena; sólo un 10% es realmente feraz.

Los desniveles térmicos de la mayor parte de España son tremendos; exceden con frecuencia los 50 grados entre la máxima y la mínima anual. A veces los sobrepasan. Y en el conjunto de sus tierras llegan a los 73. Las lluvias no son abundantes en la España seca, que comprende dos tercios del solar nacional; y como es grande la radiación del sol, la aridez se acentúa con el correr del tiempo. Abarca esa zona 314.084 kms cuadrados. En 247.702 de ellos llueve menos de 500 mm. al año y en buena parte de los mismos menos de 400 mm. En Zamora y en Zaragoza las lluvias ascienden sólo a 300, en los Monegros a 200; en el cabo de Palos a 196. Compárense esas cifras con los 800 mm. de lluvia media en Francia. Y las precipitaciones acuosas no son regulares; transcurren meses sin lluvias, y cuando llegan son bruscas y torrenciales, hieren la tierra y labran las rocas. Y la zona lluviosa de España coincide en su mayoría con la región montañosa cántabro-pirenaica.

España es, con Hungría, el único país de Europa donde hay estepas. Llegan a constituir el 7% del país. Existen en la Mancha, en la depresión del Ebro, en algunos enclaves de Andalucía, en la costa del sureste. La atormentada configuración vertical de España hace a los ríos españoles o muy breves o muy saltarines y a las veces cortos y torrenciales a la par. La escasez de lluvias, su distanciamiento temporal, su no extraña torrencialidad y la fuerte evaporación solar, hacen además muy irregular y no muy caudaloso el curso de los mismos. Los estiajes de nuestros ríos son tremendos, sus aforos muy desiguales y la cantidad de agua que vierten al mar no muy elevada.

El Loire, poco más largo que el Tajo, arroja al océano tres veces más caudal que él. El desnivel entre los máximos y los mínimos aforos del Guadalquivir oscila de 1 a 1.000; en Córdoba, por ejemplo, pasa de los 12 metros cúbicos por segundo a los 7.000 y de ordinario no va mas allá de los 64. El Sena tiene en París un caudal medio de 134 metros cúbicos por segundo y oscila sólo entre los 75 y los 1875. Legendre, nada hostil a España, ha dicho que, sin abusar de la terminología geográfica, no se puede afirmar que existan ríos en la Península.

En verdad sólo es navegable el Guadalquivir hasta Sevilla. La abrupta configuración del país hace las mas de las veces imposible la comunicación de esos ríos mediante canales, y no pocos pueden cruzarse, en el estío, a pie enjuto. Los escritores extranjeros de ayer y hoy que han viajado por España han hablado con frecuencia del desierto español. Con sus ojos habituados a la tierra verde de Europa cubierta de prados y bosques abundantes, han hipertrofiado una realidad no por ello menos ingrata: la realidad de la áspera lucha del hombre y la tierra en España.

Los españoles la han trabajado con gran fatiga desde hace milenios y en ella han vivido cada vez mas pobremente, pues ella a su vez iba también empobreciéndose a través de los siglos, por los desastres de la historia de sus hijos. Sobre todo desde que a partir del 722 toda ella fue alguna vez frontera entre moros y cristianos y sufrió talas e incendios que la privaron de los bosques que antes la cubrían. Por la falta de agua, en la mayor parte de las tierras ocupadas por los cristianos fue imposible el cultivo intensivo de hortalizas y frutales hasta muy avanzado el siglo XIII. Y lo es aún en la mayor parte de la España moderna. Entre las diversas etapas del cultivo en las tierras de pan llevar, el labriego castellano ha debido desde siempre esperar ocioso las próximas jornadas, “con ojo inquieto si la lluvia tardaba”. O, como en la parábola evangélica, ha debido acudir a la plaza de la aldea para aguardar, al sol, quien quisiera contratar el trabajo de sus brazos, desde el día, temprano, en que hubo en tierras españolas muchos hombres sin tierra por obra de los desdichados avatares de la Historia.

¡Cuánto esfuerzo ha sido preciso para arrancar miserables cosechas a los millones de surcos de las áridas y gastadas tierras de las dos Castillas, de Extremadura o de Aragón, a veces labradas con el propio empuje de hombros humanos reemplazando ante el arado al buey, a la mula o al borrico, que había sido necesario vender y que no había sido posible alquilar¡. Y después la renta, y, lo que es aún peor, la usura, la sañuda y bárbara usura. Ayer, durante siglos y siglos, el judío.
Al 100% anual y a veces al 12% a la semana. Quien haya conocido lo implacable del aguijón del usurero en el mundo de hoy se explicará, sin esfuerzo, la saña creciente de los castellanos de la edad media tardía contra los hebreos primero y contra los “marranos” o conversos después.

Contra éstos que, a mas de seguir chupando su riqueza, mediante fingidas conversiones se encaramaban como cristianos nuevos –al uso de los usureros contemporáneos- en la gobernación del reino, de sus ciudades y de sus campos. La agricultura nunca fue valorada como requerían las necesidades alimenticias y por ende vitales del pais. Ni los soberanos peninsulares de la edad media, ni los reyes católicos, ni los Austrias le consagraron atención vigilante y celosa. Mimaron especialmente a la ganadería lanar, porque lo seco y estéril de la mayor parte del pais, lo menguado de sus lluvias y lo pobre de sus pastos no permitía el desarrollo de la ganadería vacuna sino en la España atlántica.

Mas la sequía que el sol abrasador provocaba en muchas zonas, durante los estíos, y las nieves que cubrían otras, durante los inviernos, forzaron a la trashumancia, en gran escala, de los rebaños de lanares. Con la consiguiente precisión de grandes extensiones de tierra para pocas ovejas, la obligada reducción de las posibilidades de vida de las masas campesinas y la forja de una singular contextura vital. Porque el pastor, y el pastor trashumante sobre todo, arrastra una existencia singular, desarraigado del vivir hogareño, deshabituado de las duras jornadas de trabajo, pronto a la aventura de la marcha hacia tierras extrañas, atraído por el anual cambio de horizonte y con la mente en propicia franquía para brincar, esperanzado, hacia un mas allá ultraterrestre, en su lento peregrinar con sus ganados, bajo el ojo de Dios, desde las llanuras a las cumbres.

El que podía escapar a la cadena de la vida áspera, dura, miserable de la aldea, emigraba en busca de las tierras del sur que su imaginación, asaeteada por el hambre crónica, convertía en vergeles, pero que no lo eran. O entraba en la vida ciudadana lastrado por su ignorancia de cualquier otro oficio que el de labrar el campo o cuidar el ganado, y en vano esperaba que se abrieran para él las puertas del trabajo urbano. En vano, porque la industria local no demandaba muchos brazos: los hebreos, comerciantes y banqueros, no la habían impulsado –ni siquiera en Cataluña-, según reconoce Murrúa y Villarrosa. Y porque los cristianos, moros y judíos de la ciudad bastaban y aún sobraban para cumplir sus tareas. En vano porque el tráfico y los negocios requerían entrenamiento y capitales que sólo los judíos poseían y que el miserable labrador no podía soñar en poseer jamás.

Mientras hubo tierras que poblar, la riada migratoria tuvo cauce por donde verterse. Pero remansada la Reconquista, los fugitivos del agro aumentaron las filas del proletariado urbano sin trabajo. La holganza forzada –hambre en el campo y hambre en la ciudad- los movió a entrar al servicio de algún caballero –muchas veces también pobre-, los obligó a seguir las huellas heroicas de sus abuelos que fueron a la par labriegos y guerreros, los inclinó a entrar en religión o los impelió a vagar por el mundo en un apicarado existir a salto de mata. Soldados, frailes, criados, pícaros, fueron producto, mas que de una extraña combinación psíquico-biológica que de ninguna simbiosis o injerto cultural o vital del pueblo de Castilla, de ésa áspera y ruda pugna con la tierra y con el hombre –usurero, señor, mayoral o hermano de desgracia- del labriego castellano.

Quienes no escapaban de la tierra y seguían atados a ella por la costumbre o por falta de audacia, y la mayoría de los que se habían acogido a los centros urbanos –incluso los que habían entrado a servir a un caballero- si no habían logrado acogerse al reparo de un convento, vivían muriendo.“España o un vivir desviviéndose”, ha escrito Americo Castro sin razón. España o un vivir miserable, podríamos decir mejor. Un vivir con una dieta alimenticia rayana en el hambre. Está todavía por hacer la historia de la milenaria subalimentación hispana. De ordinario, sobre esa tierra que Castro supone divinizada por los españoles, muchos de ellos no han llegado a comer lo que el mas estricto racionamiento contemporáneo ha permitido llevar a su mesa a ingleses o franceses. ¡Sobriedad española! Sí, obligada sobriedad. “A la fuerza ahorcan”. El hispano de quien Plinio dijo que vencía al galo “corporum humanorum duritia” y de Pompeyo Trogo escribió: “dura ómnibus et adstricta parcimonia”, fue sobrio y duro de cuerpo porque no pudo ser de otra manera, pues la tierra no le permitió jamás hartarse.

Porque el suelo de la Galia fue mucho mas generoso con el galo, los autores griegos y romanos trazaron de el una estampa diferente. Y la diferencia perdurable de las tierras de allende y aquende el Pirineo ha prolongado en el tiempo esa milenaria diversidad. Así surgen y perviven a veces las mal llamadas constantes históricas. Si sólo es cultivable alrededor del 40% de la tierra española, los franceses pueden aprovechar hasta muy cerca del 90% de su suelo. Para construir los 15.000 kms de los ferrocarriles españoles hace pocos decenios, hizo falta mas dinamita que para trazar los 75.000 kms de los ferrocarriles franceses.

Y según ha observado un español residente largos años allende el Pirineo, es tan difícil en España encontrar leña para hacer una fogata y tan fácil hallar una piedra con que alejar a un perro, como fácil en Francia hallar la leña y difícil encontrar la piedra. A tal punto es notorio el contraste entre la fertilidad y lo abrupto de los solares de los dos pueblos. Como en la mayor parte de la cuenca del Mediterráneo, en buena parte de España, según señaló Braudel, “el suelo muere cuando no es protegido por el cultivo; el desierto acecha la tierra laborable y una vez conquistada por el no la suelta voluntariamente”.

El dominico que en los días de Felipe II recopiló en Sevilla un “Floreto de anécdotas y noticias diversas” escribe: “Dicen los italianos que no es mucho que los españoles aventuren la vida; que la tienen tan mala que en perderla poco pierden, porque andan descalzos, desnudos y maltratados; empero ellos, bien vestidos, ricos con mujeres hermosas y por eso temen perder la vida”. Huelgan los comentarios. ¿Sobriedad? Sin hipérbole podríamos decir miseria. Miseria de los mas. Miseria que a veces llegaba hasta el hambre. “Tripas llevan pies”, dice un viejo proverbio que Cervantes pone en boca de Sancho. El estómago vacío influye también en el bullir de la cabeza. “No solo de pan vive el hombre”. Sí, pero no vive sin pan. De gran aguzador del ingenio calificó ya al hambre la madre Celestina.

¿Lo es a la par del genio, es decir de la potencia intelectual creadora? ¿Cuántos millares y millares de españoles se han perdido y se pierden para la gran tarea de alumbrar ideas, porque el hambre los ha privado del lujo vital preciso para consagrarse a las empresas del espíritu? Claro que sin las mordeduras del hambre no habríamos escrito los españoles muchas páginas decisivas de nuestra historia. Sería naturalmente estúpido explicar la historia de España por la miseria de los españoles. Pero no lo sería menos prescindir de esa miseria al buscar la clave de la contextura vital hispana.

De esa miseria que la pobreza de la tierra en función de su clima y de su situación geográfica en el mundo –queda dicho que España ha padecido a través de la historia del terrible mal de su extrema occidentalidad- impuso a millones y millones de españoles en el curso de los siglos. Algún día habrá de escribirse la historia del hambre en España. Gran tema para un estudioso. La pobreza de su tierra empujó ya a los lusitanos contra las ricas ciudades de la Bética y probablemente a los cántabros –se alimentaban con harina de bellota- contra sus vecinos del sur. Contiendas que dieron ocasión a la conquista de esos pueblos hispanos por Roma. Estrabón III, 3, 6 escribió: “El origen de tal anarquía está en las tribus montañosas, pues habitando un suelo pobre y carente de lo mas necesario, deseaban como es natural, los bienes de los otros.

Mas como estos a su vez tenían que abandonar sus propias labores para rechazarlos, hubieron de cambiar el cuidado de los campos por la milicia y, en consecuencia, la tierra no sólo dejó de producir incluso aquellos frutos que crecían espontáneos, sino que además se pobló de ladrones”.
Algunas decadas después de la conquista musulmana, del 748 al 753, España padeció crueles y largos años de hambre. Las crónicas e historias arábigas –el Ajbar Machmu’a, Al-Bayan al-Mugrib...- nos han conservado noticias de esos años, a los que llaman “años del Barbate”, porque en la desembocadura de ese río embarcaban las gentes rumbo a África en búsqueda de tierras mas benignas.

Esa hambre contribuyó a paralizar la expansión islámica en Europa y a la despoblación del valle del Duero, decisiva en el destino de la cristiandad occidental. Anales y crónicas arábigas siguen registrando numerosos años de hambre en la España musulmana y, apenas empiezan a ser pormenorizados, también dan frecuentes noticias de grandes hambres los anales de los reinos cristianos.

“Y llegó el hambre a la tierra”, dicen los Anales Toledanos refiriéndose al año 1192. “Fue grande el hambre en la tierra”, repiten en 1207. “Murieron las gentes de hambre... y duró el hambre en el reino hasta el verano... y comieron las bestias, los perros, los gatos y las personas que podían secuestrar”, dicen en 1213. El cronicón de Cárdena registra el hambre de 1258. El cronicón Conimbricense cuenta que en 1333 murieron tantos de hambre que caían en las calles y no había lugar en las iglesias para enterrarlos, por lo que se les daba sepultura de seis en seis fuera de ellas. Quien estudie el hambre en España en la Edad Media podrá mañana comprobar como se enseñoreó frecuentemente de los peninsulares. El profesor Ibarra, al estudiar “El problema cerealista en España durante el reinado de los Reyes Católicos”, ha reunido datos sobre las cosechas recogidas en algunos años de finales del siglo XV y principios del XVI. Sólo fueron buenas en 1489 y en el bienio 1508-1509.

Quizá pueda asentirse a la frase de Castro sobre la prisión de los españoles por su tierra si damos un giro agudo al pensamiento que para él encierran tales palabras. Esa prisión no fue cárcel de amor sino auténtica mazmorra. Impidió el vuelo de la mente de millones y millones de españoles hacia horizontes de luz y de razón. Porque los obligó a sostener una áspera batalla con la vida para conseguir, no el pan eucarístico, sino el pan de cada día.

Afirmó así su vieja inclinación a empresas pasionales con preferencia al libre juego del pensar. Llegó a aflojar su ímpetu espiritual adormeciéndolos en un quietismo perdurable, sordos a las llamadas de la esperanza y desdeñosos ante los atractivos y de las novedades. Debilitó a veces incluso su mismo ímpetu vital, menguando su fuerza y su vigor físicos y relajando los resortes de su voluntad. Y lanzó a la postre a unos españoles contra otros, en un bárbaro intento de romper las cadenas de la miseria, para salir de la prisión del hambre. Mientras los musulmanes poseyeron el supuesto vergel de las zonas del sur y los hebreos la riqueza mobiliaria, al ímpetu de la guerra divina y nacional contra el Islam y a la saña religiosa antisemítica, tal vez se unió, como fuerza motriz de nuestra historia medieval, el acicate que de la pobreza de su tierra recibieron los cristianos para lanzarse contra moros y judíos, con la esperanza de sustituirlos en el goce de sus bienes.

America canalizó mas tarde, no sólo el multisecular ímpetu misional hispano y su multisecular bélico dinamismo, sino las ilusiones desesperadas de muchos que no habían logrado vivir, sin miseria, en las viejas y pobres tierras hispanas. Pero después, y a medida que aumentó la población de España, esa pobreza del solar nacional, pobreza que no era posible remediar –no ha sido posible remediarla hasta ayer en que la ciencia dio saltos gigantescos tras milenios de impotencia-, colaboró, por desgracia, de continuo, con la pasión española y con la singular ecuación hispana entre poder, riqueza y servicio, a lanzar a unos españoles contra otros, porque no había asientos para todos en el festín de la vida.

Estrabón señaló ya que la distribución y el curso de los rios de la Galia permitía transportar con facilidad las mercancías de un mar a otro de los que bañaban sus costas. Esos rios facilitaron también la circulación de los productos fabricados por los galos. La configuración horizontal y vertical de la Península, sus cordilleras transversales, que sólo podían ser atravesadas por ásperos caminos, y los rios por ellas separados, rios a veces sangrados por largos estiajes, dificultaron ya el tráfico en Hispania y han seguido dificultándolo a través de los siglos, en la España medieval y en la moderna. Ha sido mas barato llevar mercaderías desde Génova a Sevilla y desde Brujas o Amberes a las costas cantábricas que trasladarlas a éstas o a algún puerto andaluz desde Segovia, Ávila, Toledo o Cuenca. Ni los rios españoles eran navegables ni los caminos eran practicables sino por recuas de mulas o por carretas de bueyes.


REFERENCIAS MILITARES: Hispania fue una auténtica pesadilla para los romanos, tan solo comparemos lo que tardaron en conquistar las Galias (7 años) y lo que tardaron en la península (unos 200). La posición geográfica de la península fue vital para que se creara una selección natural entre la multitud de pueblos que llegaron durante milenios. En otros países los pueblos mas débiles fueron obligados a emigrar. En una península esto no es tan fácil. Una buena parte de la infantería que llevó Anibal en su incursión por Italia, que cristalizó en Cannas, fue hispana. Esta era muy respetada y en su mayoría eran scutari, nombre que provenía del scutum (gran escudo que llevaban).

La táctica española (copiada por los romanos) era lanzar una lluvia de jabalinas y después continuaban con sus espadillas (falcata o gladio hispano). También iban honderos baleares. Estos estaban divididos en dos cuerpos, cada uno de mil hombres. Eran tales su precisión y su volumen de fuego que se les consideraba mas útiles que los arqueros. No menos audaz fue la caballería pesada, formada en buena parte por íberos y celtas hispanos. Sin quitar méritos a Anibal, la actuación hispana en esta campaña fue decisiva. En Cannas murieron mas de 50.000 romanos, Anibal perdió 6.000 hombres (4.000 celtas y 2.000 entre africanos e hispanos). Según Jose María Blázquez, el origen de las luchas de gladiadores romanas, es mas que posible que procedan de ritos religioso/guerreros practicados por los indígenas hispanos. Del mismo modo, los romanos adoptaron las armas hispanas para sus legiones.

Estrabón nos cuenta que cuando un grupo de vetones (pueblo celta hispano) entraron por primera vez en un campamento romano y vieron a los centuriones paseándose por una de las calles, esto les pareció una locura y les enseñaron el camino a las tiendas, explicándoles que o se debía estar echado tranquilamente o combatir. Floro refiere de los astures de las Médulas después de combatir por su libertad hasta el fin se mataron unos a hierro y fuego y otros ingiriendo veneno para no caer en la servidumbre. Por Estrabón sabemos que los cántabros, cuando los romanos lograron domar su furia magnífica, prefirieron la muerte a la esclavitud, a tal punto, que las madres mataban a sus hijos y los hijos a sus padres para librarles del cautiverio; y hasta el extremo de que, crucificados, cantaban alegres, porque su próxima muerte les brindaban la esperanza de su liberación definitiva.

El ímpetu, la resistencia, el desdén por la vida y el amor a su independencia de los peninsulares asombró a sus conquistadores. Especialmente les maravilló el heroísmo de los pueblos del norte cantábrico. Recogieron la altiva respuesta de una ciudad galaica ante una propuesta de capitulación: “Nuestros padres nos han legado el hierro para defender nuestra libertad y no oro para comprarla”.Y cuando en Roma se quería ponderar las dificultades de una empresa se decía: “Es mas difícil que hacer volver las espaldas a un cántabro”. Seis legiones y la flota fueron necesarias para someter a aquellos fieros pueblos. Y es sabido que Augusto encomendó tal empresa a sus mejores generales. Derrotados y vendidos como esclavos en las Galias, los cántabros mataron a sus amos y volvieron a su tierra y renovaron la contienda. Fueron al fin subyugados, pero no definitivamente.

No mucho después cántabros y astures volvieron a alzarse: los primeros entre el 37-41, y los segundos entre el 55 y el 60. No es de extrañar que en la España romana, Marte fuera el Dios mas popular entre los indígenas. Los caballos ibéricos eran una raza pequeña, rápida, infatigable, agilísima y muy apta para vivir en montaña. Su color era pardo. Los hispanos los herraban desde el siglo IV ac. Los dirigían, empleando a la par bocados y frenos, y lograban adiestrarlos para la guerra, hasta convertirlos en sus auxiliares mas preciados. Los habituaban a su especial manera de pelear, que los romanos llamaron concursare, y que consistía en un rápido cambio de ataques y de fugas, idéntico al tornafuye, tan usado en la edad media.

Gracias a lo veloz de sus carreras podían dispersarse delante de las fuerzas enemigas, para acogerse a las montañas y caer luego sobre aquellas. Los acostumbraban a los mas habilidosos ejercicios, incluso a arrodillarse para comodidad de sus jinetes. Y cuando los guerreros se apeaban para combatir como peones, los caballos permanecían sin moverse detrás de las filas de sus amos, atados a pequeñas estacas, ligeramente clavadas en el suelo. Fuera de España el caballo ibérico fue también celebrado y aún buscado para la guerra y las carreras.

En los circos romanos compitieron con los corceles beréberes y César los empleó para sus campañas en las Galias. Los jinetes íberos no fueron menos famosos, calzadas las espuelas, montados sobre el pelo de sus bestias o sobre simples y pequeñas sillas. En la mano izquierda las bridas, ornadas con artísticos pinjantes. La caballería ibérica fue durante mucho tiempo terror de los pretores y procónsules romanos, se trocó al cabo, en fuerza de choque de las legiones republicanas e imperiales.

Se concedió la ciudadanía romana y diferentes privilegios a cada uno de los guerreros de la Turma Salluitana, escuadrón procedente de la celtiberia posterior. También fueron famosas las Alae Arevacorum. Durante el 711-1492, la guerra fue contínua entre moros y cristianos. España sirvió de escudo europeo ante el Islam. Esto es ignorado por muchos “historiadores” europeos que dan gran protagonismo a Carlomagno e ignoran con frecuencia a los reinos cristianos del norte hispano, que luchaban casi a diario contra el moro.

Los intentos franceses de expandirse por la península fracasaron, al igual que los vikingos, que aunque lo intentaron en multitud de ocasiones, fue la Península Ibérica el único lugar del occidente europeo donde no consiguieron asentarse. A comienzos del siglo XVI el ejército hispano era temido en Europa como el mismo diablo. En una ocasión en la que un ejército francés sitiaba una plaza defendida por españoles, todos llegaron al acuerdo de resolver el conflicto mediante una desesperada estratagema: El duelo (los españoles lo usaron en mas de una ocasión). Un soldado español retó a todos los oficiales franceses en combate singular uno por uno (eran unos 20). ¡Logró derrotarlos a todos! Tras esto puso las condiciones, que fueron aceptadas sin rechistar por los franceses por las leyes de la guerra. Con vehemencia gritó:

Márcharos a vuestro país y no regreseis, decidle a vuestro rey que ningún ruin francés logrará conquistar esta plaza. Y de éste modo medio sorprendidos y medio humillados, los franceses abandonaron el sitio.